Breve mirada al pasado
Miguel Hernández, poeta del pueblo, nació el treinta de octubre de 1910 en Orihuela. De familia humilde, hijo de un campesino y una trabajadora doméstica, su infancia se vio abocada a la labor en el campo, hecho que curtió su conciencia proletaria. Su paso por la institución educativa fue breve, apenas dos años, entre 1924 y 1925. Durante este periodo creció su interés por el arte y la literatura, sin embargo, debido a la grave crisis económica que atravesaba su familia, se vio obligado a abandonar sus estudios. Entre balidos, dio comienzo su etapa como autodidacta.
En la biblioteca Luis Armacha fue cautivado por la literatura española y clásica, así como por el teatro, e impregnado de grandes autores comenzó a escribir poesía sobre la marcha e inquietud del campo.
Tras varios años entre Madrid y Orihuela, de idas y venidas, de victorias y derrotas, forjó buenas amistades con otros poetas tales como Pablo Neruda y Rafael Alberti y formalizó su relación con Josefina Manresa. Durante estos años comenzaron a ver la luz sus primeras obras más notables.
En 1935 murió su amigo Ramón Sijé, a quien conoció durante su corta estancia escolar, y un año más tarde publicó en su memoria Elegía. Este mismo año también publicó el poemario El rayo que no cesa. Poco tiempo después, tras el comienzo del golpe de estado franquista, se incorporó al Frente Popular de la República y fue nombrado Comisario de Cultura.
Durante la guerra compuso Viento del pueblo, obra que da nombre a este diario, y El hombre acecha. El cuatro de mayo de 1939 fue detenido en Portugal por la dictadura de Salazar, y tras ser extraditado a España, fue condenado a treinta años de prisión. En la cárcel terminó Cancionero y romancero de ausencias, y finalmente, enfermo de tuberculosis, fue seducido por la amarga herida de la muerte.
Poeta del pueblo
Cada 28 de marzo recordamos el fallecimiento de Miguel Hernández en la prisión de Alicante. A día de hoy, y a pesar de la contada “modélica Transición”, la condena a muerte del poeta, impuesta por el fascismo en base al delito de adhesión a la rebelión, recogido en el artículo 238.2 del Código de Justicia Militar del año 1890, sigue vigente. El Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional del Estado español, en otra muestra de imparcialidad política, rechazaron su eliminación.
En estos tiempos de amargura, de deambular sin rumbo y de incongruencia revolucionaria, defender el legado de Miguel Hernández como poeta del pueblo se erige, más que como un deber, como una necesidad. Y es que Miguel Hernández no fue un poeta al uso, ante todo fue un declarado comunista.
En 1936, bajo el Gobierno de Portela Valladares fue detenido y maltratado por la Guardia Civil en Madrid, lo cual suscitó una oleada de protestas por parte de intelectuales como Pablo Neruda, Federico G. Lorca, Rafael Alberti y Luis Cernuda: «Miguel Hernández es uno de nuestros poetas jóvenes de más valor. Pero, ¡cuántas arbitrariedades tan estúpidas y crueles como ésta se cometen a diario en toda España sin que nadie se entere! Protestamos, en fin, de esta falta de garantías que desde hace tiempo venimos sufriendo los ciudadanos españoles» (El Socialista, 16 de enero de 1936).
Y es que, si bien la II República supuso un avance con respecto a la dictadura de Miguel Primo de Rivera, esta no dejaba de ser la organización social de un Estado burgués que reprimía a aquellas voces que despertaban vientos de revolución. Sin ir más lejos, este acontecimiento marcó la conciencia política de Miguel Hernández, quien daría el salto hacia la militancia en el Partido Comunista de España.
Durante la Guerra Civil participó en el Quinto Regimiento como voluntario en la defensa de Madrid y en el Altavoz del Frente trasladando la cultura a todos los puntos donde el pueblo ejercía resistencia. Su poemario Viento del pueblo es un canto a la lucha antifascista y anticapitalista. En el mismo expresa, como nadie más podría expresarlo, el dolor del pueblo ante el asesinato de su compañero Federico García Lorca: «no podrá con tu savia la carcoma».
Consciente del riesgo que asumía por la ideología que pregonaba —y que defendió hasta la muerte—, no contribuyó únicamente a la doctrina revolucionaria en el territorio español, también en la Unión Soviética donde participó en el V Festival de Teatro Soviético. En 1937 la revista comunista Nuestra Bandera recogía algunas impresiones de Miguel en la URSS: «En los pueblos de la URSS como en los de España late un sentimiento familiar, fraternal de la vida, cegado en otros países, y en los del dominio fascista sobre todo, por un resentimiento de castrados incapaces de convivir con sus semejantes y sólo capaces de hacer arma mortífera de sus calamidades y defectos […]. En los trenes, en las calles, en los caminos, donde menos se esperaba, el pueblo soviético venía hacia nosotros con los brazos tendidos de sus niños, sus mujeres, sus trabajadores. España y su tragedia tienen una resonancia profunda en el corazón popular de la URSS; y yo he traído de allá una emoción y una decisión de vencer, exasperada por el entusiasmo que vi reflejado en cada boca, en cada mirada, en cada puño de aquellos habitantes que aprendieron desde lejos gritándola nuestra dura consigna de no ser vencido: ¡No pasarán!».
La inspiración recibida del pueblo soviético se vio reflejada bajo su pluma. Dentro de su poemario El hombre acecha dedicó un poema a Rusia y la construcción de la URSS donde, alejado de la propaganda burguesa, no tuvo miedo en escribir versos tales como:
Ah, compañero Stalin: de un pueblo de mendigos
has hecho un pueblo de hombres que sacuden la frente,
y la cárcel ahuyentan, y prodigan los trigos,
como a un inmenso esfuerzo le cabe: inmensamente
No es de extrañar que años después su amigo Pablo Neruda en su Oda a Stalin realizase la siguiente metáfora en honor a Miguel y su Viento del pueblo.
Camarada Stalin, yo estaba junto al mar en la Isla Negra,
descansando de luchas y de viajes,
cuando la noticia de tu muerte llegó como un golpe de océano […]
Entonces con modesto
vestido y gorra obrera,
entró el viento,
entró el viento del pueblo.
Era Lenin
Como señalábamos anteriormente, Miguel Hernández era un declarado comunista. Por mucho que la prensa y los medios de comunicación burgueses, así como una educación impregnada hasta sus cimientos de la ideología de la clase dominante, presten todos sus esfuerzos por ocultar la historia, siempre habrá un dedo que señalará la verdad y una voz —y un fusil— que arrastrará al vertedero todas las mentiras de la calaña explotadora.
Murió a la temprana edad de treinta y un años, pero su espíritu de lucha es eterno. Este escrito no pretende ser una guía para el estudio de la vida del poeta, ni mucho menos, tan solo transmitir una parte de su legado político. Pretende seguir contribuyendo a reconstituir el hilo rojo de la historia. Así que, como dijo el camarada Miguel Hernández: «¡Adiós, hermanos, camaradas, amigos: despedidme del sol y de los trigos!».
Bruno Daimiel