El otro día puse la radio en el coche y pude escuchar a un experto hablando sobre la contaminación y la crisis climática. Si mal no recuerdo, se trataba de un catedrático de universidad. Pues bueno, ¿sabéis quién, según él, era uno de los culpables de la situación actual? Efectivamente, los países «en vías de desarrollo». El experto ponía sobre la mesa una especie de revanchismo por parte del Tercer Mundo. Como si sus gobiernos dijeran a Occidente: «Vosotros también contaminabais para desarrollaros, ahora nos toca a nosotros». Hay que ver qué estúpidos e insolentes son estos pobres, ¿eh?

Argumentos de este tipo no son nuevos, pero me resulta perturbador hasta qué punto se han convertido en axiomas. ¿Os imagináis a la OTAN invadiendo algún país emergente (como India, por poner un ejemplo) con consignas del tipo «no hay planeta B» o «no podemos permitir que la temperatura suba un 1,5ºC más»? Porque yo sí. A estas alturas de la vida me parece un escenario perfectamente factible. Lo peor de todo es que ya estoy viendo la postura de algunos comunistas y progresistas occidentales afrontando este hipotético escenario, y me dan arcadas [1]. Pero bueno, a lo importante.

¿Cuáles son los discursos más populares cuando se toca el tema de la crisis climática? Tal y como yo lo veo, son aquellos que presentan a Occidente como la parte civilizada, a su población —empresarios, políticos y gente corriente— como personas preocupadas por los designios del planeta y dispuestos a sacrificarse. Lo que viene siendo un oasis de consciencia o un jardín, que diría Josep Borrell, aunque eso sí, con alguna manzana podrida [2]. Al otro lado del muro [3] que protege el jardín europeo encontramos a los salvajes. Generalmente estos son gentuza incívica que tiene envidia de Occidente y que intenta franquear el muro y colarse en el jardín. En realidad, los occidentales —la gente de bien— les dejaríamos entrar si no fuera por su falta de cultura que hace que nos pisen todas las flores. 

El deber de Occidente es mantener a raya a estos salvajes. Cuando toca hacerlo dentro de las fronteras del Edén europeo, no hay problema. Por suerte, las fuerzas del orden cuentan con una amplia experiencia en reeducación y pedagogía, adquirida en los procesos de apaciguamiento de los movimientos subversivos a lo largo de todo el siglo XX. Pero la cosa se complica cuando toca imponer la razón más allá del muro. Resulta que estos salvajes, que no han visto la luz de la Ilustración, se niegan a aplicar políticas necesarias para mantener la paz perpetua y el bienestar climático. En estos casos a nuestros gestores les toca hacer esfuerzos sobrehumanos e hilar muy fino, alternando metodologías de castigo con las de refuerzo positivo. Y creedme, no es fácil, pero por algo cobran lo que cobran.

Una vez expuesto resumidamente este cuento fantástico toca ver sobre qué base material se ha construido. Para eso tenemos que hablar del proceso de la deslocalización de la industria. 

Durante las últimas décadas algunos representantes políticos de las capas medias europeas nos presentaban la desindustrialización como un ataque consumado a sus países. En efecto, se trataba de una serie de políticas impopulares que a menudo se aplicaban de tapadillo. El vulgo europeo no era capaz de entender las ventajas que supondría el hecho de deslocalizar la producción. Se trataba de políticas harto rentables que fueron el agua de mayo para las potencias occidentales, perjudicadas por la crisis del petróleo de los setenta.

Las consecuencias políticas no tardaron en manifestarse. En la izquierda se habla mucho de los reaccionarios años ochenta y noventa, de Thatcher y Reagan y del neoliberalismo. Se habla de derrotas históricas, de la victoria de las derechas, de la salvaje crueldad de sus políticas y del trauma social que supusieron para la población europea. Una población cuya parte muy considerable —por no decir la mayoría— se levantaba y luchaba en las calles contra la derecha neoliberal. Sabe Dios qué harto estoy de este cuento que constituye una especie de mito fundacional de la izquierda imperialista actual.

Me explico. Si bien es cierto que hubo personas y organizaciones que lucharon conscientemente contra los planes económicos, políticos y militares del imperialismo occidental, estos constituían una minoría marginal. Aquí ocurre algo parecido a lo que pasa en Francia con la Resistencia [4]. Si atendemos a los hechos, en España las políticas neoliberales fueron aplicadas por el PSOE, liderado por Felipe González, que ganó en las urnas cuatro veces seguidas. Las cosas como son, aquí muchas organizaciones autodenominadas revolucionarias o de izquierdas no sólo no plantaron cara a las políticas imperialistas del PSOE, sino que fueron más allá de lo necesario en su papel de validación del régimen. Me refiero a las organizaciones que aplaudieron la caída del muro de Berlín (que no fue otra cosa que la absorción de la RDA por parte de la RFA) y la desintegración de la URSS «social-imperialista». Estos eran los verdaderos eventos canónicos de la izquierda imperialista española. En cambio, aquellas personas que de verdad se opusieron a los planes del Estado español lo pagaron con sus vidas. Murieron o se están muriendo en las cárceles en estos precisos instantes mientras yo escribo estas líneas y vosotros las leéis. Fueron enterrados en cal viva. Fueron torturados y mutilados. Y no, ni fueron muchos, ni fueron todos los que hoy en día se colocan la medalla de luchadores contra el régimen o los que se designan como herederos de aquellos. La mayoría de la izquierda de entonces, igual que la de ahora, la constituían corrientes oportunistas [5]

Las políticas económicas crearon condiciones necesarias para que fuera así. Volvemos a la deslocalización. Como decía, aquellas medidas eran muy impopulares y a veces se traducían en espontáneos estallidos de descontento. Esta tensión social descontrolada salía cara [6]. No obstante, había quienes estaban dispuestos a cabalgar ese descontento y darle otro rumbo. Había dos opciones: oponerse al régimen imperialista español, a sus oligarquías y sus representantes políticos —este camino llevaba a la cárcel, exilio o la muerte— u oponerse a una parte del régimen. Las políticas económicas europeas ofrecían un amplio terreno de posibilidades para la segunda opción. En vez de oponerse al Estado, uno podía elegir oponerse a la derecha y los fascistas; en vez de oponerse al sistema político, uno podía participar en él mediante sufragio activo y pasivo; en vez de oponerse al capitalismo imperialista europeo, uno podía contentarse con oponerse al Tratado de Maastricht y así sucesivamente. Es decir, las políticas impopulares creaban un caldo de cultivo necesario para el fortalecimiento del oportunismo y éste, a su vez, jugaba el papel de muro de contención contra el radicalismo de una minoría comunista y antiimperialista consecuente [7].

Para resumir. Fueron las políticas imperialistas de Occidente las que sacaron a España de una retrógrada y autárquica dictadura para convertirla en un Estado (nacional-)social y de derecho, integrado dentro del bloque político-militar hegemónico. Desde entonces una parte de la población del Reino goza de privilegios que se asientan sobre la opresión y explotación ya no de la otra parte de la población española —tal y como pasaba durante el régimen de Franco—, sino de la gran parte de la población mundial, véase el proletariado internacional. Evidentemente, esta enorme ampliación de la base explotada permitió un espectacular aumento del nivel de vida. Por un lado, las viejas élites franquistas alcanzaron unas riquezas antes desconocidas. Pero es que además el trozo del pastel del reparto imperialista del mundo era tan grande que al lado de las viejas élites pudo nacer y florecer toda una nueva generación de parásitos financieros. Y es que la cosa no acabó ahí porque aún quedaban algunas migajas. Para gestionarlas hubo que crear un complejo sistema de administración. Esta Administración hasta el día de hoy se encarga de repartir las migajas del pastel imperialista entre servicios sociales esenciales y emprendedores varios [8]. ¿No os parece absolutamente alucinante?

La contraparte de todo esto es que el catering en esta fiesta de la democracia lo tuvo que pagar la gente que no estuvo invitada. Efectivamente, hablo de los países destinatarios de la deslocalizada industria europea. La forma de pago ya la conocéis. Las condiciones de los países imperializados permitían la obtención de una mayor tasa de ganancia. Cuando esto ocurre, ¡allá que va el capital! [9].

Ahora imaginaros que al terminar el banquete y pagada la cuenta del bolsillo de aquellos que prepararon y pusieron la comida sobre la mesa, los cultos y ricos comensales llegaran al hambriento y exhausto personal de servicio con quejas y reclamaciones. Las caras, Juan, las caras.

De momento, hasta aquí. Espero que os haya gustado la primera parte de esta pequeña trilogía. Esto ha sido nada más que el aperitivo. Los platos fuertes vienen más adelante. Así que no perdáis de vista al camarero. 

Notas

[1] ¿Os imagináis todas estas acusaciones de pro-indios? De ser cómplices de un régimen reaccionario que asesina a comunistas, de traición al internacionalismo proletario, de posicionarse con uno de los dos bandos en pugna y todo por denunciar una intervención militar perpetrada por nuestro bloque. Hay que ver qué fácil es estar siempre en el lado correcto de la historia

[2] Normalmente esas manzanas podridas son algunos artistas o deportistas que se niegan a prescindir de sus jets privados. Esa élite irresponsable que se cree la crème de la crème, que no nos representa y que merece ser cancelada por el vulgo.

[3] Gestionado por agencias tan responsables y civilizadas como Frontex (entre otras), con el apoyo de las más prestigiosas empresas, como la española Indra. ¡Qué el pueblo sepa los nombres de sus héroes!

[4] Tras terminar la IIGM se instaló una visión de que la mayoría de los franceses pertenecía a su heroica Resistencia cuando en realidad esta no llegó a agrupar a más del 2% de la población.

[5] En el sentido leninista de la palabra, es decir, aquellos políticos que van de revolucionarios, pero su práctica consiste en cerrar acuerdos con la burguesía, contribuyendo a la estabilidad del régimen y el mantenimiento del status quo

[6] Cara literalmente. ¿Cuánto le costaban al Estado español las políticas represivas? Sólo pensad en cuánto había que pagar a todos los miembros de las FFCCSE, cuánto costaba una sola jornada de una huelga obrera salvaje, etc.

[7] Cómo olvidar las manifestaciones del PCE contra el MLNV o el papel desempeñado por Julio Anguita en los noventa y cuya sombra aún se proyecta sobre ese ente indefinido que se hace llamar la izquierda española.

[8] No es un trabajo sencillo. ¿Cómo calcular cuál es el mínimo de dinero que tienes que destinar para que la sociedad no colapse o, peor aún, se rebele? Además, si te pasas puedes ganar enemigos entre las clases dirigentes y hombres poderosos, hechos a sí mismos, que poseen la mentalidad de tiburón. No quisiera yo estar en la piel de los pobres administradores y gestores del Estado. Una vez más, por algo cobran lo que cobran.

[9] No nos quedemos con las vaguedades de siempre al estilo de: «en los países tercermundistas los salarios son más bajos» o «los corruptos gobiernos locales no velan por el cumplimiento de unas condiciones laborales mínimamente dignas». Si seguimos estos argumentos, podemos acabar culpando a los propios países oprimidos. Hay muchas cosas que la propaganda occidental trata de ocultarnos. Una de ellas es que los índices de productividad en algunos sectores claves (por ejemplo, la minería) es mayor en países de África, Asia y Latinoamérica en comparación con el Occidente. ¿Curioso, verdad?