¿A quién pertenecen o para quién producen las contaminantes industrias ubicadas en los países imperializados? Al hacernos esta pregunta nos encontramos con otra manipulación muy difundida en los medios de propaganda de la oligarquía occidental. Cuando dicen «¡China debería contaminar menos!» pareciera que el gobierno de la República Popular podría simplemente sacar un decreto y, voilà, problema resuelto; pero lo que pasa es que el malvado Xi Jinping no quiere hacerlo porque quiere más desarrollo.
De este modo nos pintan un mundo sumido en una competición en la que los países emergentes no quieren seguir las reglas del juego. «Los moros y los sudacas inundan nuestros mercados con sus mercancías. ¡Claro! Si es que la producción les sale muy barata y mientras tanto los agricultores de aquí ahogados por impuestos y normativas estúpidas. Si es que parecemos tontos. ¡¿Y los chinos, qué, eh?! ¡Qué nos comen los chinos!». Este es otro gran lugar común de una buena parte de la población europea. Gente aterrorizada ante el desarrollo del imperialismo y la hipotética necesidad de reorientar sus negocios, carreras profesionales o el modo de vida. Hoy en día solo el charlatán político más vago y estúpido no intentaría aprovechar este cuento para llamar la atención del público. Por eso este discurso está en todas partes. Aunque es cierto que quien más lo mueve son los productos más apestosos, mediocres e inútiles del mercado español, como el Trump de Hacendado con la nariz de bruja de Disney o el streamer que chilla como un gorrino sin salir de su cuarto (ElXokas no, el otro, el que no es famoso).
La realidad, como ya sabéis, es bien distinta. Por algo el fenómeno que nos ocupa lleva por nombre «deslocalización». Las empresas hicieron fluir sus capitales hacia áreas que proporcionaban mayores beneficios, donde la producción salía más rentable. Así es como se «destruyeron» importantes infraestructuras en Europa y se levantaron nuevas en los países tercermundistas. Entonces, ¿qué pasó en cuanto al régimen de propiedad? ¿Amancio Ortega regaló su capital al gobierno de Bangladesh? Evidentemente, no. Se podría decir que el Estado de Bangladesh es cómplice de Amancio en lo que se refiere a la extracción de plusvalía, pero en ningún caso podríamos denominar a este país asiático como el principal beneficiario de su relación con el capital occidental, en este caso representado por un gallego.
Quien contamina no son los países en vías de desarrollo, sino las industrias que tienen la mala suerte de hospedar. Estas infraestructuras son propiedad del capital financiero occidental que es quien dictamina qué, cómo y en qué cantidad producir. Se me podría replicar que no todas las industrias ubicadas fuera del Edén europeo son propiedad de nuestra oligarquía. Que en China, Rusia, Sudáfrica o Brasil existen oligarquías propias y que éstas tienen propiedades entre las cuales podemos encontrar fábricas contaminantes y empresas encargadas de talar árboles en Amazonas. ¿Qué decir ante tal argumento? Por supuesto es cierto. Pero la cuestión es, ¿para quién fabrican y talan árboles estas industrias? O, en otras palabras, de todas las cadenas de producción que implican a los países emergentes, ¿cuántas no tienen su eslabón final en Occidente? ¿O cuántas de estas cadenas no tienen como receptor final de su producto algún país de la OCDE? ¿O qué cantidad de plusvalía generada a lo largo de estas cadenas acaba en las arcas de los Estados occidentales o en sus mercados financieros?
A lo que estamos asistiendo estas últimas décadas y, con especial intensidad, estos últimos años, es a un espectáculo bochornoso que podría llamarse «Occidente se hace la víctima». Lo triste es que, tratándose de una obra descaradamente propagandística, cautiva a miles de millones de espectadores por «estar basada en hechos reales». Lo que jamás dirán sus guionistas es que «cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia» y que todos los papeles han sido invertidos. Tal arrebato de sinceridad afectaría muy negativamente las ventas.
La crisis climática tiene y tendrá millones de víctimas, pero el primero y el principal afectado es el proletariado de los países oprimidos. Al igual que también lo fue en el proceso de deslocalización de la producción. «¡Nuestras inversiones les trajeron desarrollo!», dirán los voceros de oligarcas occidentales; «¡Su mano de obra barata destruye el empleo aquí! Somos los perdedores de la globalización», cacarearán las clases medias. Vamos, que siguiendo su lógica el proletariado extranjero es un sector privilegiado.
Pues ya me diréis qué tremendo privilegio es este de picar piedra doce horas en una mina de coltán, aportando tu granito de arena a la viabilidad del Green New Deal. O montar microchips hasta quedarte sin vista y, al no poder seguir desempeñando tu función, tener que cambiar de sector. Suerte que las economías emergentes ofrecen un amplio abanico de alternativas. Especialmente para las mujeres proletarias de Asia, cuyas opciones predilectas son incorporarse a la industria del turismo sexual o convertirse en incubadoras altruistas para echar un cable a los desdichados perdedores de la globalización occidentales.
Gracias por haber llegado hasta aquí. No dejéis a medias esta historia. Su tercera y última entrega vendrá dividida en dos partes. Hacer eso está de moda desde los tiempos de las películas de Harry Potter, Crepúsculo y Los Juegos del Hambre y yo no iba a ser menos. Habrá personajes nuevos y plot twists inesperados. Así que seguid pendientes de nuestra actividad.