Mañana, viernes 23 de septiembre, Macarena Olona Choclán dará una conferencia en el Paraninfo de la Universidad de Murcia (UM) en el Campus de la Merced. Pocos días después del escrache recibido en la Universidad de Granada, quien fuera Secretaria General y Portavoz del Grupo Parlamentario de Vox en el Congreso de los Diputados y, más recientemente, candidata a la presidencia de la Junta de Andalucía por la misma formación política, puso el punto de mira en la Región de Murcia. 

En primera instancia, la conferencia iba a desarrollarse en el Hemiciclo de la Facultad de Letras, sin embargo, desde la propia facultad, a través de un comunicado, advirtieron de que no habían sido informados sobre el evento y de que el espacio no había sido reservado. La organización de la conferencia titulada «La defensa de los derechos y libertades a través del TC: la inconstitucionalidad de los estados de alarma» corre a cargo del Instituto Español de Estudios Políticos, una institución fantasma cuyo nombre se asemeja al del Instituto de Estudios Políticos fundado por el dictador Francisco Franco Bahamonde en 1939. 

Una vez más, la universidad pública hace gala de sus «valores democráticos» y acoge a fascistas en su seno. Y es que no se trata de la primera vez. La UM tiene por costumbre organizar experiencias de esta índole: en 2018, Javier Ortega Smith utilizó la institución universitaria murciana como correa de transmisión del ideario político de Vox; en 2020, la misma organización política impartió en la Facultad de Derecho una charla sobre «ideología de género» donde, además, uno de los guardias de seguridad agredió impunemente a dos estudiantes. Los representantes de la universidad presumen del carácter «neutral» de la institución y del trato «igualitario» de una institución pública que es «de todos y todas», no obstante, este trato benevolente con los partidos políticos abiertamente contrarios a los valores que supuestamente promueve la UM (Agenda 2030, Objetivos de Desarrollo Sostenible, etc.) contrasta radicalmente con la «cortesía» que recibió su propio estudiantado apaleado por la policía dentro de la propia universidad en la huelga del 8 y 9 de marzo de 2020.

Por lo tanto, este nuevo evento no hace más que perfilar la imagen proyectada donde la universidad muestra su verdadero rostro. Curiosamente, fue el propio Coordinador de Campus e Infraestructuras de la UM el encargado de reservar el Paraninfo tras el comunicado de la Facultad de Letras. Queda al imaginario del lector cualquier tipo de elucubración.

Allá donde la universidad permite la organización de este tipo de eventos, podemos observar cómo una buena parte del profesorado y el estudiantado, legítimamente indignados, claman al cielo contra el proceder de la institución. Sin embargo, tal y como intentamos transmitir, el problema no reside en la gestión, sino en el engranaje. A lo largo de los años, el espectro político del parlamentarismo, desde la izquierda más radical a la derecha más conservadora, ha trabajado arduamente para construir un ideario alrededor del organismo académico donde supuestamente reina la objetividad y el deber para con el conocimiento. Nada más lejos de la realidad, la actividad universitaria, al igual que la de otras instituciones, reproduce la ideología dominante.

Unos cuantos «intelectuales» de pacotilla aún aspiran a subirse a este tren fantasma, bien para obtener prestigio académico y así poder autorrealizarse, o bien bajo la utópica y particular ilusión de lograr cambiar la institución desde dentro —que no es más que una fiel reproducción del individualismo forjado por la ideología liberal y que, en esencia, no se diferencia de la primera opción—. Salvo honrosas excepciones, lograr formar parte del entramado universitario —al igual que de los altos puestos de la burocracia estatal o la empresa privada—, esta destinado a aquellas personas con recursos económicos que pueden dedicar la mayor parte de su tiempo a la formación académica, pues no han de trabajar o no provienen de una familia con pocos recursos. En otras ocasiones también pueden invertir su tiempo en participar en organismos políticos de corte juvenil en los cuales desarrollar los suficientes contactos para obtener una imagen que, si bien no conduce directamente a la universidad, lo hace a alguna poltrona de tal o cual concejalía.  Estas mismas personas son quienes tras finalizar sus estudios de grado pueden cursar con facilidad cursos de post-grado tales como másteres o doctorados y abrir la puerta a un prestigioso futuro dentro de la cadena productiva. Por el contrario, el estudiante de extracción obrera, inmerso en un camino de piedras, con ayudas que nunca llegan y la imperiosa necesidad de incorporarse al mercado laboral para poder hacer frente a los costes de una vida cada vez más precaria, se ven abocados a ocupar el escalón social que el sistema quiere y necesita que ocupe. 

Con todo derecho, puede el lector formularse la siguiente pregunta: «¿quiere esto decir que no pueden existir personalidades provenientes de familias acomodadas que luchen, codo con codo, con la clase trabajadora?» Ni mucho menos. Cientos son los casos que podemos encontrar en la historia reciente, sin embargo, al igual que el «sueño americano» del estudiante precario, constituyen honrosas excepciones que no hace más que confirmar la regla.

La institución universitaria representa una de las principales estructuras de poder de la burguesía. La presencia del fascismo en la universidad, en tanto en cuanto este no es más que la expresión política más radicalizada del Capital, cuya base formuladora es la misma que la del resto de organizaciones políticas capitalistas, no constituye más que una muestra del estado de la lucha de clases. Por esta razón, la organización en torno a consignas tales como «¡fuera fascistas de la universidad!», si bien, de nuevo, son completamente legítimas, desvían el punto de mira del problema real. No se puede acabar con el orden social existente a partir del aventurismo político universitario; la universidad cambiará cuando el orden social capitalista sea destruido.

Por otro lado, debemos de huir de aquellos discursos que bajo una tesis en apariencia similar a la que aquí esbozamos, reniegan de la organización popular estudiantil contra este tipo de eventos. Señalar sus contradicciones y limitaciones es necesario, pero condenar la autoorganización del estudiantado se mueve en la fina línea que separa el infantilismo político del reaccionarismo. Pese al conocimiento de la existencia de estructuras estudiantiles sindicales que como en el caso de Granada trabajaron por la organización de una respuesta a la presencia de Olona en la universidad, la realidad es que el movimiento estudiantil aún no ha superado la autoorganización. ¿Por qué esta afirmación? Nuestra aspiración como comunistas pasa por organizar a las amplias masas de trabajadores hacia la conquista del poder político, incidir en el estudiantado como sujeto político abstracto —tal y como hacen las principales sucursales estudiantiles de ambas «juventudes comunistas» del Estado español—, sin realizar un debido corte clasista, y aún así lograr movilizar únicamente a veinte, treinta o cuarenta estudiantes, está muy lejos de representar un movimiento de masas debidamente organizado.

Sin lugar a dudas, la estadio de reflujo social en la que nos encontramos dificulta la ardua tarea de organización social contra los desmanes políticos de las clases dirigentes. Sin embargo, los dogmas que nublan nuestros análisis e incapacitan la orientación de nuestra praxis política, también tienen buena parte de culpa.

Las instituciones burguesas siempre defenderán a su clase. Únicamente un avance firme, que deje atrás el lastre de axiomas caducos, nos permitirá defender a la nuestra. La historia ha demostrado que frente al fascismo, la lucha por alcanzar un futuro socialista constituye la única vía posible de éxito. La reacción está a la ofensiva, es nuestro deber coordinar el contraataque; aportar a la clase obrera su principal herramienta, construir la organización de los trabajadores, Reconstituir el Partido Comunista.


Bruno Daimiel