«El imperio, lo he dicho siempre, es una cuestión de estómago. Si no queréis la guerra civil, debéis convertiros en imperialistas»

Cecil Rhodes

El imperialismo vuelve a estar de moda. Durante las últimas décadas, en Occidente, únicamente fueron los comunistas quienes empleaban ese término y lo incluían en sus análisis. No siempre de manera acertada, todo hay que decirlo. El imperialismo era otro de esos conceptos que olían a siglo XIX, a algo viejo y superado. La intelectualidad occidental, incluso la progresista, rehusaba hablar de él, no se preocupaba de estudiarlo. Este hecho por supuesto tiene una causa económica porque fueron precisamente las superganancias imperialistas las que permitían a nuestros académicos tener una vida acomodada. No está bien visto morder la mano que te da de comer y por eso los abanderados de la ideología dominante no se molestaban en analizar y denunciar las injusticias de la opresión ejercida por un puñado de países sobre el resto del mundo. 

El marxismo occidental no fue una excepción. El internacionalismo proletario fue sustituido por la apología del imperialismo. Las loas que se cantan al status quo adoptan diversas formas, la mayoría de veces son muy sutiles y difíciles de detectar a primera vista; sin embargo, hay miles de ejemplos. Varios intelectuales occidentales “olvidaron” a los pueblos colonizados y su contribución a la causa de la emancipación humana. Este tema fue abordado en profundidad por Domenico Losurdo, pero no está de más volver a mencionar algunos nombres. Entre ellos podemos encontrar a Althusser para quien el desarrollo del materialismo histórico fue el mérito exclusivo de la intelectualidad europea. En el año 1942, justo en el momento cuando el ejército nazi estaba a las puertas de Moscú, Leningrado y Stalingrado, a Horkheimer le pareció una buena idea criticar al PCUS por alejarse de la idea de la supresión del Estado. La equidistancia de Theodor W. Adorno en la guerra de Vietnam y su condena al Vietcong por emplear la tortura china. Herbert Marcuse justificando “las guerras preventivas” de Israel. Para Hardt y Negri, el presidente Wilson —un imperialista y supremacista blanco— era un paladín de la “ideología pacifista internacionalista”. Slavoj Žižek realiza una distinción entre el “capitalismo autoritario” (donde entrarían países como China, Vietnam, Cuba y otros estados de América Latina) y no autoritario (capitaneado, cómo no, por los países occidentales), pasando por alto la violenta dominación ejercida por los principales países imperialistas sobre el resto. No son menos vergonzosas sus referencias a la URSS de Stalin («Heidegger se equivoca cuando reduce el Holocausto a la producción industrial de cadáveres; quien tal hizo fue el comunismo estalinista, no el nazismo») o al Gran Salto Adelante («la despiadada decisión de Mao de hacer morir de hambre a decenas de millones de personas a finales de los años cincuenta»). La lista podría ser muy larga y recientemente se sumarían todos aquellos que, por activa o por pasiva, justifican la política del Occidente en Ucrania.

Podemos ver cómo los referentes intelectuales de una buena parte de la izquierda se alinearon, en mayor o menor medida, con los discursos útiles para los intereses de las potencias imperialistas. Lo que resulta especialmente odioso son las maneras de los pretendidos marxistas occidentales. Nunca tuvieron nada que ofrecer a las luchas reales de los pueblos oprimidos, más que superioridad moral y equidistancia, que siguen siendo las señas distintivas de la izquierda europea en general y del movimiento comunista en particular. Creerse más listos y más puros que los demás, ser una especie de Prometeo descubriendo el secreto del fuego o de Jesucristo trayendo el Evangelio, iluminando a las masas bárbaras y atrasadas. ¿Acaso existe hoy en día una actitud más oportunista y detestable que ésta?

La irrelevancia del movimiento comunista es un problema que casi todo el mundo dice que pretende resolver. Paradójicamente, la mayoría de intelectuales y organizaciones políticas nos ofrecen como solución el más burdo oportunismo. La misma herramienta con la que se cavó la tumba de nuestro movimiento. Todos sus posicionamientos se podrían resumir en “para dejar de ser irrelevantes, hay que ser oportunistas”. A más irrelevancia, más oportunismo y así es como se crea un círculo vicioso del que no podemos salir. Equidistancia, superioridad moral y traición frente a cuestiones como el derecho de autodeterminación de las naciones oprimidas en el Estado español, frente a la entrega del Sáhara Occidental a Marruecos, frente a la ignominiosa cumbre de la OTAN en junio. 

La actual crisis global ha hecho inevitable que hasta los grandes medios de comunicación hablen del “imperialismo”. Si bien lo hacen para denunciar la política exterior de Putin, aún así parece una concesión que tienen que hacer a regañadientes pues abrir este melón sólo puede traerle problemas a las oligarquías mediáticas. Ahora tenemos ante nosotros un escenario más favorable para explicar que el imperialismo no es una política militar de tal o cual país, sino la etapa superior del desarrollo del capitalismo. Todo lo que estamos viendo a nuestro alrededor ahora mismo es la consecuencia lógica del modelo de producción actual, su verdadero rostro. Al igual que lo será cualquier distopía que está por venir, si no logramos evitarlo. 

El hartazgo de la gente es palpable y el ambiente vuelve a electrizarse. Hay tantas razones que haría falta un artículo aparte sólo para enumerarlas. La paz social se está resquebrajando por momentos y el último parche que nos ofrecen nuestros gobernantes es la guerra. “La culpa de todos los males que acechan nuestra sociedad es de Putin y su injustificable intervención militar”, es lo que nos dicen los medios, es lo que nos dice el presidente del gobierno “más progresista de la historia”. Las opciones que nos deja el capital son esas: puedes no estar de acuerdo con el gobierno, no pasa nada, lo importante es que todos cerremos filas contra el mal absoluto del momento, que es la Rusia de Putin. Antes nuestro enemigo común era el virus, ahora es Putin. Esta narrativa es muy útil para seguir manteniendo la cohesión social interclasista y, de momento, está funcionando.

No obstante, el poder actual no es capaz de apagar el fuego que hace subir la temperatura dentro de esa olla de presión que es nuestra sociedad contemporánea. Es francamente difícil enfrentar tal cantidad de retos que se presentan día tras día. Por citar sólo algunos, podemos hablar de la derecha que trata de liderar el descontento social, proveniente de diversos sectores, con el objetivo de tumbar al gobierno de PSOE-UP. Por otro lado, los sindicatos mayoritarios, fieles aliados del gabinete de Pedro Sánchez, no tienen capacidad suficiente para hegemonizar los conflictos originados por la crisis económica. A finales de marzo vimos como CCOO y UGT hicieron movilizaciones con el lema “contener los precios, proteger el empleo” que difícilmente pueden calificarse como exitosas. En cambio, el Movimiento Socialista de Euskadi sí que consiguió buenos resultados, movilizando a un gran número de personas con el lema “no al encarecimiento de la vida” y un mensaje explícito, llamando a organizarse al margen de la política profesional. Que este tipo de movimientos estén consiguiendo conectar con las masas es un motivo de preocupación para el Estado y todos sus defensores. No en vano se preparan contra ellos todo tipo de campañas de criminalización, como la que hizo “El Mundo” contra GKS en octubre del año pasado. 

Los tambores de guerra son una herramienta para tapar el grito de la gente cansada de la miseria. Ahora resulta que en junio de este año Madrid será la ciudad destinada a acoger a los dirigentes de la orquesta imperialista. El Gobierno de España pretende sacar rédito político organizando la XXX Cumbre de la OTAN en su territorio. Pero ya se está levantando un movimiento de protesta, dispuesto a demostrar que no toda la población traga la propaganda oficial. Existe un sector muy importante que no acepta la política de la alianza militar. Estamos en contra de la guerra de la manera más consecuente pues atacamos las causas que las provocan, denunciando los intereses reales de los actores implicados. Contra el chovinisimo y la reacción desatados existe una herramienta universal: el internacionalismo. Desde esa perspectiva se está forjando la unión entre todos los sectores perjudicados por las políticas imperialistas. En Murcia ya se han realizado varias acciones con el objetivo de romper el cerco informativo, la censura y el discurso único establecido. Desde aquí también queremos poner nuestro granito de arena y ser parte activa en la guerra mediática desatada contra los intereses del proletariado de todo el mundo. Hacemos un llamamiento a nuestros lectores a organizarse contra el imperialismo en los espacios que se están creando en nuestra ciudad, a denunciar las políticas criminales de la OTAN, de nuestro gobierno, a destapar la hipocresía de los medios y contrarrestar la propaganda oficial. Toda persona que quiera dar ese primer paso tiene una magnífica oportunidad este Primero de Mayo, uniéndose al bloque antiimperialista organizado por las fuerzas internacionalistas de la ciudad. Ese bloque irá al final de la manifestación con las banderas rojas del proletariado, junto a las banderas de los pueblos oprimidos, como el palestino y saharaui. Un Primero de Mayo internacionalista es más necesario que nunca. Todos los que hemos declarado guerra a la guerra nos vemos en la Plaza de la Fuensanta a las 11:00.

Vera Zasulich