Imagen obtenida de La Opinión | Alicia Delicado
Las elecciones autonómicas y municipales han dejado un amargo sabor de boca para la izquierda parlamentaria. Un día después, todo el mundo se hace la misma pregunta: ¿qué ha pasado?
Muchas voces se alzan para intentar explicar la debacle socialista y lo que parece ser la antesala de una derrota de la izquierda institucional en las próximas elecciones generales que, a luz de los resultados y con objeto de agarrarse a un clavo ardiendo, Pedro Sánchez ha decido adelantar al 23 de julio. Siguiendo la tónica general, en nuestra región el mapa se ha teñido de azul en casi todos los municipios. La victoria del PP ha sido abrumadora y Vox se ha consolidado como tercera fuerza parlamentaria, creciendo y dando la posibilidad de gobierno en aquellos lugares donde el Partido Popular no tiene la mayoría absoluta.
¿Y dónde está la izquierda? Aún es pronto para saber qué flujos y trasmisión de voto se han dado en estas elecciones. Los análisis más pormenorizados llegarán en unos días, diseccionando la cuestión con mayor precisión. Pero lo que sí que vemos claro es lo siguiente: el ciclo abierto el 15 de mayo de 2014 se ha cerrado definitivamente. La pretensión de «tomar el cielo por asalto», cambiar la política desde dentro, derrotar al bipartidismo y reformar el Estado a través de sus propias instituciones ha caducado.
Los votantes tienen unos colores muy claros: el PP se ha visto más beneficiado en los municipios con mayor participación y menos precarizados. Cosa razonable: las rentas acomodadas votan al partido que defiende sus intereses. Vox, por su parte, ha crecido sobre todo en las localidades con mayor población extranjera y entre los sectores jóvenes. Esto, que puede parecer chocante para muchas personas, no lo es en absoluto: la población migrante que trabaja en el campo generalmente no puede votar. Quien vota en estos municipios son sus empleadores, cuyos intereses de terrateniente y señorito, por supuesto, están más que claros. Los jóvenes, por su parte, no están exentos de tener intereses de clase. Creer que la juventud es una fuerza de por sí revolucionaria o progresista es una ilusión que también se rompe con estos resultados, demostrando que, de nuevo, quien vota es quien ve sus intereses defendidos en los gobiernos regionales. El crecimiento de los dos partidos se ve reforzado por el colapso absoluto de Ciudadanos, que sin duda ha sido «asimilado con éxito», quedando sin representación regional en favor de la derecha mayoritaria.
Parece que el PP quiere gobernar sólo, dadas las malas experiencias en la Región durante la legislatura pasada, y dada la amplia mayoría que tienen abstención de Vox mediante les basta.
¿Y la izquierda? Por parte del PSOE, ha triunfado, como es habitual, en las zonas más empobrecidas y de mayor población, pero el trasvase de votos de su sector más céntrico al PP le ha costado varios diputados en favor de sus competidores. Este movimiento electoral es clásico de un bipartidismo que nunca desapareció y que ahora parece volver a consolidarse con el colapso de los partidos a la izquierda del PSOE.
Es en este último punto en el que los ideólogos y voceros de la política parlamentaria se llevan las manos a la cabeza. «¿Dónde está el voto útil?» «¿Dónde está la gran coalición de izquierdas?» «¿Y mi Frente Popular?». Parece que la máquina de crear ilusión no ha terminado de arrancar estas elecciones. Podemos e IU/PCE han desaparecido completamente del mapa en las ciudades de Murcia y Cartagena. Una desaparición que no ha sido en favor del crecimiento del PSOE, sino que parece haber engrosado las grises filas de la abstención.
Si antes decíamos que no es raro que el PP gane donde hay mayor participación, porque es normal que cada persona vote al partido que defiende sus intereses, en la izquierda pasa más de lo mismo, pero a la inversa. A falta de un partido que defienda los intereses de la clase obrera, los votantes de menores rentas se quedan sin votar o, en menor medida, sucumben a los cantos de sirena de los partidos profesionales que, aunque no defiendan tampoco sus intereses objetivos, «suenan bien» o explotan la esperanza en el funcionamiento del ascensor social. No sólo de pan vive el hombre, y no de ilusiones y esperanza vive el votante. La gente necesita algo más que promesas para movilizarse. Las proclamas de voto útil o de gran coalición están vacías si, día tras día, gobierne quien gobierne, todo sigue igual para la gran mayoría de la clase obrera, si no peor.
Hablando ya a escala estatal, el Gobierno se ha cubierto de gloria en numerosas ocasiones mandando armas para alimentar la guerra en Ucrania, permitiendo que las eléctricas multipliquen sus beneficios a costa de la vida de millones de obreras o admirando cómo el cohete del alquiler sube sin medida y contentándose con poner una tirita en forma de Ley de Vivienda que, más que proteger a los inquilinos, protege a los pequeños propietarios. No decimos que el ciclo del 15-M haya muerto sin argumentos: las urnas han hablado, y las formaciones que decían defender los intereses de la mayoría obrera han desaparecido u obtenido resultados irrisorios. El diagnóstico es claro: los intereses de la clase obrera, los verdaderos intereses de los trabajadores y trabajadoras, migrantes, grupos oprimidos, etc., no están en el Parlamento. No pasan por ningún partido que, diciendo que va a reformar el Estado, acaba siendo asimilado por éste y aprisionado dentro de «los límites de lo posible».
Sólo la organización directa de la clase obrera es capaz de hacer frente a esto. A falta de un partido que defienda sus intereses, la clase obrera debe construir ese Partido por sí misma. Si al margen de quien gobierne, la burguesía sigue teniendo el poder, sólo la organización independiente del proletariado será capaz de erigirse como fuerza para contrarrestarla y derrotarla. Si estas elecciones son un preludio de las generales, la solución no pasa por llamar por enésima vez al voto útil. Ninguna gran conquista de derechos se ha conseguido canalizada a través de las instituciones burguesas. El conjunto del arco parlamentario, por formar parte de un parlamento burgués, sólo puede defender intereses burgueses. El chantaje del «mientras tanto», de «la revolución muy bien, pero hasta que llegue, ¿qué?», es una falsa dicotomía. La revolución se organiza todos los días, y las reformas se conquistan a través de la propia lucha del proletariado en torno a sus intereses.
Si realmente se quiere un cambio hay que conquistarlo organizados de forma independiente, no rezar a sofistas vendehúmos para que tiren una migaja de ilusión debajo de la mesa y poder comer un día más. El 23 de julio tocan elecciones de nuevo, y la pregunta no es si votaremos y a quién, sino si nos organizaremos con nuestra clase y lucharemos por nuestros verdaderos intereses.